Escribir novela
Tengo que vivir como un perro, es más, me he acostumbrado a vivir como un perro, siempre de un sitio a otro, sin más destino que ir de un sitio a otro, atemorizado, humillado, cansado de estar en todos los lugares y en ninguno. Pero qué puedo hacer, dicen que el miedo cuando entra se queda como un parásito dentro de uno, cuando el miedo entra pasa a formar parte de uno, cuando el miedo entra se transforma en uno mismo. Y eso es lo que tengo, miedo, no me da vergüenza reconocerlo, miedo, miedo a los otros, a lo que cada quien pueda hacer, miedo a que me dañen, ¿qué otra cosa puede sentir un fugitivo?
Que no era fugitivo, que me hice yo mismo fugitivo porque me avisaron que corría peligro, que mi vida tenía el precio de unas cervezas y unos cuantos completos, ¡tan miserable es el tasador de vidas del Dictador! ¿Qué no me tocaron? Que no, que tuve suerte, si es que a esto se le puede llamar suerte, pero quizás sea el precio por ser hijo de una campesina y de un diariero, no uno de alcurnia, no un hijito de papá.
¿Por dónde comienzo? Quizás eso explique el estado de las cosas, el comienzo siempre está donde uno todavía no está. El comienzo es la voluntad de otras personas que un día se transforman en tus padres. Ese es el comienzo, el comienzo a ninguna parte, a ningún sitio, sino que alguien me diga si sabe exactamente hacia dónde se dirige. ¿No somos vagabundos en busca de nuestro destino? Pero una cosa es ser vagabundos y otra muy distinta es ser fugitivos de un destino desconocido. Aunque si hago memoria, ¿quién puede jactarse de conocer con certeza su destino? A mí me lo hicieron o, mejor dicho, me condenaron a vivir sin destino, o más bien, alguien que lo conocía me lo arrebató y nunca me lo ha devuelto. Por fortuna, de otra madera bien distinta están hecho los sueños y ésos sí que tengo, con absoluta certeza juro que tengo sueños, que si llego a realizarlos ellos se convertirán en mi destino y llenarán el vacío del destino que me arrebataron. Mis sueños son míos, mi madre tenía los suyos y mi padre, mi padre no sé, quizás estaba dormido y vivía quién sabe en qué planeta donde tal vez los sueños no existen.